Isabelle Huppert en la película «La viajera» dirigida por Hong Sang-soo
Cuando viajas, por el motivo que sea, debes despojarte de prejuicios y abrir tu mirada cual ventana, dejando entrar así el aire fresco que ventila las estancias. Si no lo haces, la propia vida te da en la cara para que aprendas y te conviertas en una auténtica viajera. Sí, suena mucho a quote de autoayuda instagramera, pero es la realidad y lo sabes igual que yo.
Con las mismas, durante mi estancia en Murcia -¡qué hermosa eres!-, fui a la filmoteca a combatir el calor con un poco de cine independiente. O Mastroianni o cine coreano eran mis opciones. Como buena viajera despojada de muchos miedos (aunque no de todos), quise experimentar el cine coreano en la tierra del Segura. A Marcelo podría ir otra tarde a verle; La viajera, no.
¿Qué harías tú si viajaras sola/o a un país lejano al tuyo, con una cultura totalmente antagónica a la que conoces y nadie supiese muy bien quién eres y que haces allí? Esto va por la peli, no porque Murcia sea una cultura extraña para una madrileña, más bien todo lo contrario y más con gente tan amable como la de aquí.
El viajar, ahora que llega el verano, nos da la oportunidad de experimentar y experimentarnos. De ser o de creernos ser. De hacernos un personaje o despojarnos de las caretas que cargamos durante el curso (si es que lo hacemos).
La película, al igual que mi experiencia en la filmoteca de Murcia con ese público ecléctico, dominado por las mujeres de mediada edad, no me dejó indiferente. La protagonista era tan contemplativa como histriónica, tan interesada como aprovechada, tan egocéntrica como dadivosa, tan solitaria como independiente. No le pillaba bien el rollo. Me llevaba a muchos estados anímicos que me hicieron plantearme si, cuando viajamos solos, pasamos por las mismas fases que esa viajera profesora de francés.
Para contestar la pregunta que os dejaba tres párrafos más arriba, lo mejor es ponerse en movimiento, porque la vida no se vive teorizando y es algo que estoy viviendo estos días.
Retomo el hábito de la escritura de estas entregas de Silencio, se escucha con este motivo veraniego de los viajes y los viajeros y, la vida, que siempre rima (como dice una buena amiga), me puso a La viajera delante de mis narices. Me la puso para que me cuestionara ese carácter que tenemos cuando viajamos y por algo más que paso a compartir y tiene que ver con el leitmotiv de esta newsletter: la clásica.
En la primera escena la protagonista conversa con una joven coreana que, durante esa charla sin dirección, toma la iniciativa y comienza a tocar al piano una obra de Liszt. Tras la interpretación, nuestra protagonista viajera le comienza a preguntar sobre aquello que ha sentido y cómo se ha sentido al tocar. Para no hacer mucho spoiler tan solo os diré cuatro palabras: felicidad - orgullo - rabia - decepción.
Eran los estados anímicos por los que pasó la joven coreana tras interpretar el Nocturno Nº 3 de Liszt, o los estados anímicos por los que puede pasar un músico al llevar a acabo su trabajo. Al ver la escena, me salió esa media sonrisa de “esa sensación me es familiar”. Esa insatisfacción permanente que nace de una autoexigencia atroz por no hacerlo perfecto. Ese discurso que genera nuestro juez interno que es el más duro y soberbio que nos acompaña en el trayecto. La clave, es confiar en uno mismo y en el trabajo realizado y, también, dominar la emocionalidad de cualquier proceso artístico que será inestable per se y hay que aceptarlo. Que nada nos arrolle. Y eso no es ser de piedra, es tener una buena combinación de fortaleza y serenidad ante cualquier situación. Esto en la vida cotidiana se llama gestión emocional y los músicos (algunos) podemos hablaros de ello mejor que cualquier gurú saca cuartos.
Os dejo pensando en los viajes, las emociones que nos suscitan las situaciones vitales y la música de Liszt.
Un abrazo
Juana cello